Os quiero presentar un libro de microrrelatos que he elaborado y que es un regalo para todos vosotros. Lo podreis descargar gratis desde aqui y disfrutarlo de diversas formas, en forma de audiolibro por relato o descargar para imprimir.
Como podéis ver es un libro inspirado en los cinco elementos naturales.
Esta es la preciosa y mágica fotografía que me envió abriendo los ojos para la portada del libro. Yo no voy a publicarlo legalmente porque hay que hacer demasiado papeleo y rellenar demasiados datos pero estaré encantado si alguno de vosotros se anima y lo publica.
Podéis escuchar los cinco relatos cortos en forma de podcast pinchando en la imagen.
Agua, tierra, aire, fuego y éter.
Para explicar un poco de que va esto voy a utilizar un texto de Johnny McClue del 2015 escrito en la web Símbolos, mitos y arquetipos que dice así:
“Con el número de elementos fundamentales hay una gran disparidad de criterios, y no sostiene la misma opinión la cultura tradicional de occidente, que la de oriente. En occidente se cree que los elementos fundamentales son cuatro y en numerosas culturas orientales se sostiene que son cinco.
En nuestra humilde opinión, pensamos que es mejor tratar este tema por separado pues suele causar confusión. Así que con vuestro permiso, hoy trataremos la teoría de los 4 elementos fundamentales y un próximo día ya hablaremos sobre la de cinco.
Los cuatro elementos fundamentales son: Fuego, Tierra, Aire y Agua. Estos 4 elementos desempeñan un papel fundamental en la explicación de la teoría «Microcosmos-Macrocosmos», pues son ellos los que hacen posible una visión completa con la que relacionar el microcosmos humano y el macrocosmos del universo.
El autor de la tesis de los 4 elementos fue Empédocles. Más tarde Hipócrates la aplicó a su teoría de los 4 humores corporales y posteriormente Aristóteles la modificó considerablemente.
Aristóteles resume todos a todos los elementos en una proto-materia a la que llamaba «Prima Materia» o también «Materia Prima». Es lo que mas tarde los alquimistas llamaron «Nuestro Caos» o también «Terrón Tenebroso», que se remonta a la caída de Lucifer y de Adán.
Para Aristóteles la Prima Materia se asocia a las cuatro cualidades: seco, húmedo, frío y calor. Manipulando estas cualidades , se puede modificar la composición elemental de los materiales. Es el camino para llegar a la transmutación tan deseada por todo alquimista.
Por esto el trabajo del alquimista se reduce a la inversión de los elementos. La materia de la piedra pasa de una naturaleza a otra, los elementos se extraen uno después del otro y así los dominan de forma alternativa.
Según una ley de Pitágoras, el espectro total de posibilidades de este mundo está contenido en la cifra cuatro. El quinto elemento, ya sería aristotélico y se trataría de la famosa quinta esencia. Se trata de una esencia que solamente puede encontrarse en un empíreo divino y por este motivo no forma parte de los 4 elementos terrestres.
El hombre desde su ignorancia ha ido prestando cada vez mas atención para saber como los 4 elementos se comportaban y entre si actuaban. Sus esfuerzos se centraron en averiguar cómo se transformaban y cómo se relacionaban con las 4 estaciones y los 4 temperamentos. Estas son las conclusiones a las que llegaron en la Edad Media:
– Elemento Tierra – otoño – temperamento melancólico
– Elemento Fuego – verano – temperamento colérico
– Elemento Aire – primavera – temperamento sanguíneo
– Elemento Agua – invierno – temperamento flemático
Hay algunas tesis y teorías que dan a la Tierra propiedades muy diferentes a las de el Fuego, el Aire y el Agua. Uno de ellos es Robert Fludd que fue discípulo de Paracelso. Según esta tendencia el acto divino de la creación se representa como un proceso alquímico en el que Dios obtiene del caos tenebroso los 3 elementos primarios: luz, oscuridad y aguas espirituales. Son estas aguas el principio de los 4 elementos aristotélicos, de los cuales la tierra es el mas tosco y pesado. Esta primera tierra Fludd la compara con el sedimento que se deposita en el matraz durante la destilación alquímica.
Por sorprendente que nos pueda parecer, Fludd utiliza el símil del matraz para que entendamos el porqué de nuestro sufrimiento y padecimiento en este mundo que habitamos:
«No debe maravillarnos que nuestro planeta sea un valle de lágrimas, sabiendo que está hecho del sedimento de la creación, por el que ronda el diablo”.
En los procesos de los alquimistas, el estado final e ideal de la materia se alcanza cuando los elementos se ordenan según su grado de consistencia. En el punto central tenemos en primer lugar al Fuego y alrededor de él se posiciona el Aire. El Aire es rodeado por el Agua y en último lugar la Tierra se posiciona rodeando al Agua.
Ya en los primeros albores de la humanidad se afirmaba que todos los cuerpos estaban integrados por la combinación de los cuatro elementos fundamentales. Al Fuego lo llamaron materia radiante. La Tierra recibía el nombre de materia sólida. El Aire era la materia gaseosa o etérea y el Agua se consideraba la materia líquida. Esta diferenciación fue tomada por la medicina y derivó en la división de los 4 temperamentos o humores que ya hemos visto anteriormente.”
Espero que sean de su agrado mis cinco cuentos donde como eran hay una varias interpretaciones y varias capas dentro de lo que aparentemente son solo historias fabuladas.
Les dejo ya con el primer relato y espero poder ver esta obra escrita en papel y con ilustraciones que la acerquen a todos los públicos.
Agua
Camarón de la isla y Paco de Lucia Como El Agua
El pequeño faro
El mar estaba bravo ese dia. A pesar de que era noche cerrada una nueva embarcación cobró consciencia en aquella oscuridad. Asaltada por las olas se bamboleaba a un lado y a otro subiendo y bajando en aquel negro mar.
Un nuevo tripulante había comprendido que su única oportunidad de sobrevivir era llegar a la costa. Entre negros nubarrones de mentiras, vertiginosas cortinas de pesimismo y profundas simas de miedo el barco galopaba sin rumbo.
Hacia tiempo que sabia que no podia fiarse de los instrumentos de a bordo. La radio le mentía con cada nueva comunicación, el GPS le había guiado directo a las rocas y los planos del capitán solo indicaban vaguedades. Sólo su intuición salvó su vida.
Y que decir de la guardia costera. La guardia que decía luchar contra las Fake News. Resultaba evidente que estaban allí para impedir que los pocos navíos conscientes hicieran orilla. Sus armas estaban siempre a punto para torpedear disidentes.
Por dos o tres veces se había salvado por los pelos en una hábil maniobra de arrancada al parar máquinas, cruzándose hábilmente con el buque de Maldito bulo. No les dio tiempo a los fact checkers dada la incorrecta velocidad de gobierno que les impidió manejar el timón.
Quedó solo y sin la luz de la verdad. En aquel oscuro océano repleto de odio, de hipocresía, de celos, pletórico de estrellas televisivas y cine de entretenimiento. A punto de caer en las garras de algún monstruo troll de las profundidades abismales del estado profundo.
De pronto un puntito tililó diminuto tras la cresta de una ola. Y luego otra vez y otra. Allí encañonó la proa gobernando con la rueda de madera que dirigía los guardines de alambre que manejaban el rumbo.
El punto se hizo pronto luz intermitente. Luz de faro que indicaba por fin la costa.
Y la costa significaba encontrar a otros que como él habían tomado consciencia y se aventuraban a salir del agua para adentrarse en tierra firme.
En aquél pequeño faro llevaban luchando sin descanso contra la desinformación desde hacía ya diez largos años. Muchas veces se les había ido la luz de la red y habían tenido que conectar los grupos de emergencia in extremis. Otras veces se habían quedado sin bombillas.
Incluso en más de una ocasión el sabotaje y la delación entraron con fuerza para evitar que aquel pequeño faro brillase con fuerza.
Los medios más sucios no habían logrado impedir que cada noche esa pequeña luz lograse marcar el rumbo correcto.
Muchos otros faros permanecían encendidos indicando a las embarcaciones que tomaban consciencia la dirección correcta para no zozobrar.
Labor solitaria, vive dios, la de farero. Y mucho más en estos aciagos días de todos contra todos.
Aunque el faro se levantaba muchos metros por encima de los picudos acantilados más de un barco había perecido guiado por las luces falsas de la guardia costera. Aquella guardia no era ni mucho menos neutral. Esas marinerias estaban bien pagadas para engañar.
Sus grandes luces convencieron a muchas embarcaciones dudando si seguir la pequeña luz del pequeño faro. Aunque la luz del pequeño faro caía desde arriba a veces los deslumbrados nuevos capitanes se dejaban guiar directos a las rocas por los que decían ser sus salvadores.
Pero este no era el caso. Este capitán ya veía incluso los rayos laterales que se antojaban largos brazos en la negrura de la noche. Se imaginaba ya en tierra sin las embestidas de las olas tomándose una cerveza y hablando con otros como él.
El pequeño faro se erguía a su derecha como un gigante cuando el buque inició la maniobra de atraque. Un pequeño puerto a salvo de las embestidas de las olas de la mentira, la desidia y el pesimismo.
Las luces del puerto ya brillaban más que el propio faro que quedo a su espalda. El amarre de costado estaba ya afianzado con las boyas. Al poner un pie en tierra se dio cuenta de que estaba amaneciendo y que la tímida luz del Sol se percibía ya en el muelle.
A salvo en tierra pensó en aquel pequeño faro del que ahora apenas vislumbraba la luz de su haz.
Imaginó lo bueno que habría sido que aquel pequeño faro alumbrase mucho más al contar con más recursos. O mejor aún, que otros faros unieran su haz al del pequeño faro.
Ya en la salida del puerto vio una larga subida que conducía al faro y decidió iniciar el recorrido de ascensión. La subida era dura pero la temperatura era moderada y la luz del Sol que apenas se recortaba en el horizonte le invitaban a continuar el ascenso.
Quince minutos más tarde estaba frente a la puerta del pequeño faro. Increíblemente la puerta estaba abierta y la luz que penetraba por los ojos de buey de los ventanucos de la escalera de caracol le invitaba a conocer a su salvador.
La subida por la larga escalera resultó más agotadora que la pequeña caminata de ascensión desde el puerto. Allí, en la escalera había una infinidad de cuadros, de pequeñas obras de arte todas diferentes y todas atractivas.
Pensó mientras ponía pie en uno de los que parecían los últimos escalones que resultaría frustrante para aquel artista o artistas el que su obra tuviera tan poco público. Imaginó nuestro capitán que a todo artista le motiva tener la mayor cantidad de simpatizantes de su obra.
Una pequeña puerta, esta vez cerrada, le separaba por fin del farero. Tocó con los nudillos y sonó un adelante al otro lado. La puerta estaba abierta, simplemente tenía que girar el pomo con un poco de fuerza.
Lo vio de espaldas. Estaba limpiando las lentes de Fresnel para la próxima noche.
El farero se dio la vuelta y vio a un tipo muy normal que le sonreía.
Había algo muy común en su fisonomía, digamos que podría haber pasado desapercibido en cualquier sitio al no destacar ninguna de sus facciones sobre la otra. El pelo canoso y una corta barba eran lo único a destacar.
Se fundieron en un largo abrazo.
Bienvenido- dijo. Luego le ofreció un café y unas increíbles vistas. Y se sintió por fin en casa.
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Tierra
Madre Tierra – Macaco
El árbol torcido
Hacía frío y todo empezó con el sembrado de un puñado de semillas en cada pozo. Un enorme campo cuadrangular había sido dispuesto para que crecieran allí un buen montón de árboles. Todos iguales, todos de la misma especie.
Era otra época, donde no se plantaba directamente los arbolitos ya crecidos en el invernadero. Todavía existía la costumbre de que naciesen duros y se acostumbrasen a las inclemencias del tiempo desde bien pequeños. Solo los fuertes saldrían adelante.
Aquellos hombres habían elegido una buena época del año y pronto aquella pequeña capa de tierra donde dormían aquellas semillas fue regada por la lluvia. Una lluvia de las que no hace daño, de las que hacen chip chop chip chop mientras va mojando el campo.
Una semana más tarde ya sobresalían algunos brotes del suelo. Y allí estaba nuestro protagonista, uno de los primeros en brotar del suelo.
Miró a su alrededor. Sí, los árboles pueden ver aunque carezcan de ojos.
Por delante no tenía a ningún brote compañero, a los lados si y por detrás de él no se llegaba a ver el final de los brotes que habían roto la capa de tierra. Eran todos aproximadamente del mismo tamaño y con un par de ramitas que se alzaban ya al Sol.
Fue viendo pasar el dia y la noche. Sus años eran como horas para un humano, pasaban en un abrir y cerrar de hojas. El viento les alegraba las tardes y el rocío las mañanas. Los hombres de vez en cuando se paseaban por allí para abonar, desherbar, desterronar y muchas más cosas.
Como un enorme ejército de filas y filas de arbolitos, así se veían desde el cielo. Completamente antinatural. Un mundo que perpetraba la uniformidad de lo deforme, de lo plástico, de lo dinámico, de lo vivo.
Aprendiendo a no salirse de la fila a crecer lo más recto posible para no molestar. En vez de profesores a él le obligaban a ascender al Sol mediante tutores. Tablones de madera muertos. Y de un muerto se puede aprender bien poco, ¿verdad?
Nunca fue muy simétrico y su lado izquierdo se desarrolló más que el derecho. El no lo eligió así, fue un regalo de la madre naturaleza. Su lado izquierdo afortunadamente daba hacia el frente y allí no había otro arbolito con el que competir.
El Sol lo saludaba a el primero todas las mañanas. Era como un ritual. Lo intentaba mirar pero tanta claridad lo quemaba. Luego las caricias de la tarde y el ocaso de la noche que traía la luz plateada de la Luna.
Su compañero de la izquierda ya era un poco más alto y le miraba desde arriba con aire desafiante cuando nuestro árbol torcía sus ramas zurdas por el viento.
“No crecerás si sigues moviéndote así”- le decía con voz de árbol, inaudible para los humanos.
“¿Y qué puedo hacer si nací torcido”?- le espetó nuestro arbolito.
“Yo no elegí como soy. Simplemente soy así”. Y siguió a lo suyo, a bañarse en Sol y beber Luna.
Pasaban los años y los humanos seguían trabajando la tierra para que aquellos ya jóvenes árboles llegaran a ser útiles para ellos. Carpían la tierra quitando la hierba inútil y el arbolito se quedaba pasmado viendo las extrañas manos de los hombres que hacían ruido y aire.
Ya eran unos árboles hechos y derechos cuando se apreciaba perfectamente desde la carretera como un árbol destacaba sobre los demás. Era nuestro árbol torcido cuyo ramaje sobresalía hacia fuera de la formación en una explosión de hojas verdes.
Suerte tuvo nuestro árbol de que aquellos árboles iban a ser utilizados en la fabricación de muebles y por ello no se les realizaba poda alguna hasta el momento de la recolección. Porque la sierra de poda hubiera dado buena cuenta de aquellas ramas que salían por el frente.
Hacía ya mucho tiempo que su compañero de la izquierda lo había superado en altura y ya ni siquiera lo miraba desafiante desde la copa. Aquel árbol miraba en la lejanía de la plantación de árboles en búsqueda de otros competidores. Y se hablaba con ellos a través de las raíces.
Las raíces de los árboles les servían para mucho mas de lo que los hombres creían. A través de ellas intercambiaban todo tipo de sustancias y también podían comunicarse en la distancia. La raíz era como una red, la red social de los vegetales.
El peso de su lado izquierdo empezó a obligarle a torcerse más y más llegando a tener que perder la verticalidad. Y con ello el tronco dejó de ser completamente recto para parecerse a un gran arco pero sin su trenzada desde la que empujar flechas.
Un buen día empezó la recolección de los árboles. Vio llegar a unas grandes maquinas con unos extraños brazos que sujetando al árbol en su base luego lo seccionaban por la base para tumbarlo después. Quedaban tumbados los compañeros. Incomunicados de raíz con el resto.
El ruido era ensordecedor y aunque su vida había sido plena no podia dejar de pensar en lo que pasaría cuando aquella máquina separase su tronco de sus raíces. Nadie le habló nunca de la muerte, él simplemente vivía.
Llegó el turno para su larguirucho vecino. Recto, rectísimo y del diámetro preciso para entrar dentro del anillo con el que la máquina los agarraba para cortarlos y tumbarlos después.
Lo vio sereno, entregándose a su destino, o a lo que él creia que era su destino. Tras un breve zarandeo todo había acabado.
Apenas quedaba ya en pie parte de la primera fila que daba más próxima a la carretera. Ya empezaba a hacerse de noche y los hombres se afanaban con más ahínco en los trabajos de recolectar la madera de aquella explotación.
Gracias a aquella deformidad que causó durante muchos años la animadversión de sus compañeros árboles nuestro protagonista iba a salvarse. Sí, la parte más baja de nuestro árbol era más gruesa que el anillo por donde cortaba la madera aquella máquina.
“No entra”- dijo el humano.
“Además es imposible aprovechar ese tronco tan torcido”- secundo un segundo que estaba mirando.
Cuando abandonaron aquel campo, otrora abigarrado de vida, solo quedaron en pie unos pocos árboles rectos como palos temblando con el viento nocturno y nuestro árbol torcido.
Allí, impertérrito, cumpliendo con su cometido de estar torcido.
Algunos años más tarde pasé por aquella carretera y lo ví. Allí seguía, con su extraña forma de saludar a todos los que lo contemplaban. De los otros árboles rectos ya no quedaba nada. Aquellos fueron todos aprovechados para fabricar sillas.
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Aire
Canción del aire
Simplemente aire
No recordaba desde cuando pero debía hacer mucho tiempo que se maravillaba mirando hacia abajo. Allí, a parte de los árboles, los ríos, las montañas y los animales pululaban unos pequeños seres antropomorfos.
Ella no sabia cual era su forma exacta, pero se veía grácil y se sentía hermosa. Los pájaros sonreían al verla, las ballenas abrían y cerraban su espiráculo lanzando alegres chorros y no había rincón de la Tierra que no hubiera visitado en alguna ocasión.
No había espejo lo suficientemente grande para poder reflejarse porque aunque existían lagunas y lagos sobremanera calmados no era posible lograr el ángulo preciso ni capturar la suficiente luz. Lo había intentado en el pasado sin éxito. ¡Había intentado tantas cosas ya!
El cielo azul que otrora fuera constante y normal salvo en las raras ocasiones que se producía un incendio provocado por un rayo o alguna tormenta de arena le cedieron el paso a la pastosa atmósfera blanquecina que desde hacía unas décadas era su artificial hábitat.
Aquellos seres que tanto le divertían estaban contra toda lógica envenenando aparentemente los cielos desde unas máquinas con las que solía distraerse mientras como cada día se apoyaba en una nube o bebía el agua o dormitaba. Porque ella, nuestra amiga sílfide, no era una nube…
Nuestra incorpórea amiga vivía y sentía y se relacionaba con el entorno a su manera. Amaba la belleza y se acongojaba con la desgracia.
Muchos de aquellos seres que se autodenominaban hombres habían sido inspirados sin ni siquiera ser conscientes de ello por nuestra amiga aérea. Entre ellos el médico y alquimista Paracelso cuyo ansia de aprender era proporcional a lo mucho que desconocía.
Ni su nombre supo.
Impronunciable, más allá de las frecuencias que el oído humano puede escuchar y lejos de lo que los labios de los hombres pueden reverberar, así era su nombre. Penetrante como el viento del norte y suave y cálido como los vientos del sur.
Eran pocos. De eso no tenía dudas porque el recuerdo de las idas y venidas de otros como ella quedaba apagado en la lejanía del recuerdo. Ninfa del aire que todo lo tuvo nada más ser. El cielo le proporcionaba todo y ella lo era todo para el cielo.
Embellecía sin saberlo con solo su presencia.
Por desgracia los cielos ahora estaban como plomizos, densos, sin la inmaterialidad de lo que parece vano pero está pletórico de vida.
“Esos humanos están matando el aire” – se decía para sus adentros.
Solo estando muy, muy atentos podríamos localizar su presencia en un cielo azul de bonitas nubes de algodón. Los cielos actuales llenos de rayas, borrones, de chorros sucios de todas las tonalidades de gris no les atraen ya que a casi nadie le gusta revolcarse en la basura.
“Lo bueno o lo malo de ser un espíritu femenino del aire es que no puedo interactuar con lo material y lo material no puede mancharme, ni afearme, ni intoxicarme”- siguió pensando.
“No es nuestra misión impedir la obra de los dotados de libre albedrío”- añadió.
Inspirar a los hombres esa si era una de sus tareas centrales. ¡Qué se lo digan a Platón al lograr conectar el aire con la tierra a través del octaedro y el cubo!
¿Quizás se esperaban milagros o prodigios por parte de unas criaturas etéricas formadas por proto materia?
No hay mayor portento que servir a la naturaleza y a todos los seres que en ella habitan logrando inspirarlos y ayudándoles a descargar sus pesares con tan solo mirar al cielo.
Tener la cabeza en las nubes en contraposición a tener los pies sobre la Tierra.
Estar enajenado frente a enfrentarse a la dura realidad.
Como buen elemento primaveral, el aire de temperamento sanguíneo, nos altera y nos llena de inquietudes y deseos. Nos invita a soñar, a crear, a pensar y a innovar.
“¿Cómo podría inspirar a los hombres para que dejasen de esparcir esos metales y otros muchos tóxicos desde sus máquinas voladoras?”- se preguntaba nuestra esbelta amiga.
«¿Si ni mis dedos mueven ni mis labios pueden borrar de un soplido la basura que rocían a diario?”
Allí abajo ya había comenzado un masivo despertar al enorme problema que los hombres de ciencia denominaban geoingeniería y que debía ser la solución a un problema imaginario que mutaba de nombre cada cierto tiempo. Ahora se llamaba cambio climático.
De momento solo algunos pocos se atrevían abiertamente a señalar con el dedo hacia el cielo y parecer locos. Pero ya saben el dicho de primero los locos, luego los sabios y por último el pueblo.
Un buen día te levantas y sin más empiezas a mirar hacia el cielo haciéndote preguntas:
¿Siempre estuvo así? ¿Las nubes de mi infancia eran así? ¿Por qué desaparecen las nubes blancas de toda la vida al ascender a la zona donde están estas estelas que producen los aviones?
Como dice el pintor Louis Cattiaux:
«La tierra produce el agua y se nutre del agua.
El agua engendra el aire y se vivifica del aire.
El aire se convierte en fuego y se alimenta del fuego.
El fuego torna a la tierra y sale de la tierra”
Me pregunto si fue nuestra amiga sílfide la que le inspiró tan bellas reflexiones.
Yo seguiré observando el cielo buscando en el atardecer su traslúcida y larga melena que logró inspirar a tantos buenos hombres en el pasado y que seguro seguirá en el futuro otorgándoles la facilidad para sintonizar sus propias ideas con la naturaleza, con el todo.
La conexión mental la tenemos que establecer nosotros y por ello resulta imposible hacer ver a otro lo que vemos como propio. Es imposible hacer despertar a la realidad a alguien que sin siquiera saberlo jamás quedó perdido entre las nubes.
Primero hay que perderse para poder encontrarse más tarde. Es por ello que la inspiración proviene del cielo, y no, no es simplemente aire.
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Fuego
The Cult – Fire Woman
Mi gigantón inocente
José siempre fue cabezón como buen Aries y no solo porque el carnero representase desde tiempos inmemoriales este signo de fuego dentro del zodiaco. Desde muy niño fue una mala bestia que gracias a su corpulencia muy pronto empezó a liderar su pandilla.
Su tendencia natural a ponerse en primer lugar y recibir la primera pedrada si era necesario, lo hizo valeroso a ojos de otros niños que lo seguían sin dudar. Eran tiempos de guerras de bandas de chiquillos en medio de montañas de tierra en el boom inmobiliaria de los años 60.
No sería la primera vez que llegaba descalabrado a casa sin parar de sangrar dejando aquel recorrido de pequeñas gotitas que indicaban que el hijo de la del segundo la había vuelto a liar.
¡Pepe, otra vez vienes así! – decía la madre preparando el agua oxigenada y el algodón.
Como buen valenciano llevaba la pólvora y el fuego en la sangre. Desde muy pequeño aprendió a fabricar sus propios «masclets» (petardos) mucho más económicos y efectivos que los que en esa época podían conseguir los niños.
A sangre y fuego fue marcado en una de sus aventuras. Imaginense; unos niños torturando un gato pretendiendo quemarlo vivo con una botella de leche, de las antiguas de grueso plástico ardiendo, derramándose encima del pobre felino fijadas sus patas en cuatro estacas de madera.
En un tris tras el gato al sentir las primeras gotas ardientes de plástico derretido fue capaz de zafarse no sin antes lanzar la ardiente botella que con un palo empuñaba José encima de la pierna del agresivo joven. América del Norte y del Sur quedaron impresos en su piel.
Los niños hasta bien entrada la juventud llevaban siempre pantalones cortos.
Otro se hubiese puesto a llorar desconsoladamente pero aquel muchacho no dudó en encaminarse a su casa tras liarse la parte superior de su pierna derecha con su propia camisa.
El umbral del dolor estaba muy arriba en aquel niño. Su linaje de guerreros le había dotado de los genes adecuados para soportar estoicamente el dolor.
Los médicos se hacían cruces al tratar el callo en la costra de su pierna. Había que hurgar a niveles insoportables de daño.
Su espíritu emprendedor lo llevó muy pronto a trabajar para sí mismo. Y como no podia ser de otro modo gano el pan entre chispas, hierros al rojo y gotas de metal líquido.
Fue muy afortunado al aprender con un par de antiguos maestros de forja.
Aunque su cabeza no fue dotada de la mentalidad requerida para retener datos, muchas veces innecesarios, si que le fue dada la virtud de la imaginación y la destreza manual necesaria para llevar a cabo bellas obras de forja. Sus martillazos lamían la superficie ardiente…como si el acero fuese un material más parecido a la cera que a tan duro metal.
Las chispas que a su vez se subdividen en otras más pequeñas y que indican al ojo entrenado la composición del acero. Las escandalosas de acero de alto carbono. Las escuálidas del monel y níquel.
Y las extrañas chispas que parecían salir de la nada al final de la trayectoria en el hierro forjado.
Fuego en miniatura que provocan los electrones que escapan de la quema.
Entre chispas, humo y fuego pasó su vida laboral donde se ganó bien la vida.
Su espíritu aventurero lo llevó a viajar por todo el mundo. Y eso que nunca aprendió a hablar inglés. Bueno, es que nunca aprendió a hablar bien ni siquiera su lengua materna.
«¿Para qué?»- decía cuando le preguntaban.
«Con dinero hablan español hasta las piedras”-sentenciaba.
Libre como era incluso se atrevía a conducir un hierro de los gordos sin permiso.
Quiso el azar que dejase de utilizarla al caerse con ella en un dia lluvioso.
Lo llevaron al hospital en ambulancia devolviéndose el mismo a casa en autobús. Contaba luego que aquella noche no durmió bien.
Al dia siguiente un nuevo TAC confirmó su leve dolor. Tenía rotas todas las costillas de un lado y la clavícula en tres trozos. ¡Pero el pudo casi dormir por la noche!
Y este no fue el único de estos episodios ya que más de la mitad de sus huesos habían sufrido algún percance.
Ambos codos, el fémur de una, el cúbito y radio de brazos y muchas de sus partes de su calavera. Cientos de puntos anotados en su piel.
Un buen día cansado de bregar por aeropuertos mientras pitaban los arcos ante sus dos calcáneos llenos de hierros y arruinado por su forma exuberante de gastar dinero, para la cual hay que nacer, volvio al nido con aquella madre que lo envolvía entre algodones de vez en cuando.
Los padres suelen ocuparse con más detenimiento y constancia de los hijos que para ellos necesitan más cuidados. Y pepito, que así lo llamo siempre mamá, necesito más que ninguno el calor materno.
Aquel gigantón inocente siempre fue su favorito.
Ahora le devolvía con creces todos los mimos y noches en vela que aquella madre había invertido en él. Aquella lucha mal diagnosticada de poliomielitis y que a punto estuvo de costarle la vida. Un médico in extremis se dio cuenta que todo partía de un envenenamiento con DDT.
Un dedo del pie torcido y quizás la falta de algún algún hervor le quedaron como recuerdo de aquello.
Pero hoy era él quien cuidaba de su madre, quien la mimaba y quien pasaba la vida con ella.
La encargada del cuidado de la vida en su manifestación terrestre ahora era cuidada por un “egoista».
Esta madre había sufrido la pérdida de su marido por el Alzheimer, esa terrible muerte en vida. Y su energía quedó tocada para siempre.
Su «pepito» la llenaba con su sola presencia. No hace falta ser gracioso, ya saben, solo hay que ser querido.
La fuerza de Jose ahora era más necesaria que nunca.
Su fuego interior atemperaba los días y las noches de aquella anciana que siempre fue dura como el acero y ahora se derretía en abrazos cuando era visitada.
A mi hermano, el loco que se bebió dos gintonics en las favelas.
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Eter
Inés Lolago – LAS ANTIGUAS (versión 2020)
Trifona, el nombre aparentemente sin gracia
Juana había madrugado para salir de Villarrubia de los ojos casi con el alba y casi dos horas mas tarde llegaba a casa de la hija de la Trifona. Normalmente le hubiera costado la mitad ya que su mula era bastante rápida.
Tenía que ir lenta porque el dolor abdominal que la aquejaba desde hacía varios días no le daba tregua.
Aprovecharía el viaje para comprar algunas cosas en el pueblo de aquella muchacha que decían poseía “la gracia”.
La casa de la joven se distinguía bien por estar entre dos portadas sin enjalbegar lo que acentuaba más su cal blanca destacando la vieja rueda de molino en la entrada del portón.
Pasó y dejó atada la mula en una de las aldabas de hierro forjado que había en la pared.
¡Eulogia, te buscan! – gritó Trifona, la madre de nuestra protagonista, mientras tendía unas sábanas en el patio de la corrala manchega.
La muchacha llevaba utilizando este don ya varios años y se había difundido por la contornada que era capaz de curar múltiples afecciones.
Desde gastroenteritis, a lombrices en los niños, pasando por cefaleas, náuseas en las embarazadas, dolores articulares, otitis, “malos sueños”, y otras muchas molestias que muchas veces el médico del pueblo con toda su ciencia no era capaz de curar.
La joven no era muy alta, ni muy atractiva…pero tenía “la gracia”. Eso estaba claro.
La muchacha había heredado aquel don a través de su abuela materna. Al parecer “la gracia” saltaba de generación en generación y de mujer en mujer y raras veces quedaba vacante entre madre e hija. Su madre era el caso.
¡Quizás el nombre de Trifona había contribuido!
Apenas la vio, Juana se empezó a encontrar mejor, y eso que ni tan siquiera le había puesto una mano encima.
Descorrió la cortina que colgaba de la puerta para impedir que las moscas entraran al cuarto y la acompañó dentro.
Tras preguntarle que le pasaba la hizo desabrocharse la blusa y la sentó en un sofá. Aquella cámara con solo una puerta y una ventana, estaba separada del resto de las otras que pertenecían a la familia junto con el corral. Cosa muy habitual en algunos pueblos de la Mancha.
Sopló en sus manos y tras frotarlas enérgicamente luego le impuso las manos en la barriga.
Eulogia nunca había estudiado medicina, prácticamente no acudió al colegio y apenas dio «las cuatro reglas». Lo poco que conocía de yerbas medicinales lo había aprendido de su abuela.
Imponer las manos para ejercer poder; que aunque no sabía muy bien de donde provenía, ella tenia claro que no podia ser del demonio porque joven más devota era difícil encontrar en aquel pueblo. Para ella era como la ceremonia de imponer las cenizas que veía hacer en la iglesia.
Nuestra joven lo desconocía, pero un campo etérico rodeaba y lo conformaba todo. Y ella, sin ni siquiera saber de su existencia, podia manejar aquellas lineas de fuerza a su antojo.
Para curar lo que le pasaba a Juana empleaba lo que ella denominaba la espiral.
Con un masaje pausado y siempre siguiendo la misma dirección en espiral iba poco a poco desenredando el nudo energético que se había formado en el vientre de su paciente.
Un sonoro ruido se escapó por el esfínter de la doliente tras escucharse un retortijón en sus intestinos.
No te preocupes, es normal- le dijo sonriendo con gracia natural, la sanadora a su avergonzada paciente.
Tiene que salir el mal- apostilló.
Esa energía constituida de materia sutil que es invisible al ojo desnudo iba desenredandose.
Nuestra joven a la que no le gustaba que se refiriesen como curandera no sabía nada de ciencia ni de la teoría del éter luminífero, éter portador de la luz o simple éter ni del experimento de Michelson-Morley que se había producido apenas unos años antes de que ella naciese.
La teoría científica del éter cayó ante la navaja de Ockham y los trabajos de hombres de ciencia como Weber, Kirchhoff, Maxwell, Einstein y Planck terminaron por desgarrar la brillante teoría del electrón-éter de Lorentz que a su vez provenía de otras mucho más antiguas.
Tenía que ser un fluido que llenase el espacio, pero que fuese millones de veces más rígido que el acero para soportar las altas frecuencias de las ondas de luz. También tenía que no tener masa ni viscosidad, de lo contrario, afectaría visiblemente las órbitas de los planetas.
Los hombres de ciencia creían que estábamos compuestos de materia sólida a la que llamaban átomos de la que a su vez podemos determinar que un 99,9999999% del volumen de esos átomos es espacio vacío, pero el éter no podia ser.
¿Qué cosa puede estar en todo el universo a la vez?
Con un breve toque en el ombligo nuestra joven dio por finalizado el masaje y avisó para que se vistiese la ahora feliz villarubiera.
De nuevo todo había vuelto a la normalidad. Por lo menos en cuanto al campo etérico que envolvía por todas partes a Juana, ya sin distorsión.
Su cara brillaba ahora y aquello que atormentó su vientre apenas era un recuerdo.
¡Muchisimas gracias Eulogia! Era verdad todo lo que decían de ti- le dijo una joven a la otra.
No hay de qué – respondió mientras descorria la cortina de chorros acompañando mano en el hombro a la feliz manchega.
Compraré un bonito pañuelo para ti en el mercado- dijo Juana subida en su mula.
La joven sanadora quedó mirando el culo de la mula que marchaba ya por el empedrado, asomada al portón, sin saber que ella había sido capaz de hacer ceder algo millones de veces más fuerte que el acero.
La madre de Eulogia la llamó para empezar a encender el fuego con los sarmientos secos que tenían amontonados en el corral.
Acércate el saco de patatas también- le dijo a su hija.
Hoy iban a cocinar «mojete», una sencilla receta con patatas, ajos, pan y pimentón.
Eulogia era una gran cocinera. Lastima que su única hija nunca llegase a aprender aquel guiso.
Lleno hasta arriba de papas el saco de arroba llevaba sin sospechar que en griego su nombre significaba alabanza, fama, gloria, generosidad, buen lenguaje, bendecir, dar gracias a Dios o regalar.
¡A lo mejor su madre Trifona si tenía la gracia al fin y al cabo!
“Bajan y bajan
y van construyendo el puente
pa’ que cuando sea la hora
suba toda nuestra gente
Inés Lolago”
A mi yaya.
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